El hombre de los dados (2)
Aquel que dijo más vale tener suerte que talento, conocía la esencia de la vida. La gente tiene miedo a reconocer que gran parte de la vida depende de la suerte. Woody Allen.
Charles Darwin afrontaba una decisión comprometida. Después de viajar alrededor del mundo a bordo del HMS Beagle, temía que el matrimonio frenara su carrera académica. Prometido con su prima Emma Wedgwood (costumbres de la época) meditaba si hacer efectivo el contrato. En las Galápagos había dibujado a pájaros e insectos y empezaba a definirse en su cabeza una idea revolucionaria. El naturalista, titubeante, preparó una lista con los pros y los contras de comprometerse. A favor encontró argumentos como la crianza de un niño y la compañía en la vejez. En contra la responsabilidad, la ansiedad, la monotonía y la decoración de la casa. Anotó también que, casado, dispondría de menos dinero para libros. Darwin valoraba el espacio personal y la libertad de movimientos. Odiaba las obligaciones sociales y las trifulcas domésticas. Terminó casándose y dicen que el suyo fue un matrimonio feliz, engendrando un total de 10 hijos. Tuvo tiempo de publicar El origen de las especies.
Por exceso de información, sufrimos en las grandes disyuntivas.
Somos buenos comparando televisores, no eligiendo pareja.
Algunos meditan durante horas. Otros se mueven por instinto. Los indecisos esperan y esperan, hasta que una de las opciones desaparece. Lo único claro es que, hagas lo que hagas, terminarás arrepintiéndote. Te quedarás con la duda. Esta es tu naturaleza.
El método Levitt
Ya hablamos de Luke Rhinehart, que descargaba en los dados el peso de la consciencia.
Steven Levitt, viejo conocido de Cardinal, ofrece otro sistema: jugártelo a cara o cruz.
El economista tenía una hipótesis (somos demasiado conservadores con las decisiones transcendentales) y la validaría lanzando una moneda. Su sospecha es que el refrán ‘más vale malo conocido que bueno por conocer’, también llamado sesgo del statu quo, era un consejo con una utilidad negativa. Ese miedo al cambio estaría saboteando nuestra felicidad, atrapándonos en proyectos fallidos. La hipótesis de Levitt podía ser cierta pero, como ocurre con las ciencias sociales, no era fácilmente demostrable.
Correlación no implica causalidad, que repiten los pesados de Politikon. Para probar la causalidad uno debe aislar las variables y el problema de los economistas, como el de todo científico social, es que presentan teorías estadísticamente contaminadas. Si utilizas una muestra grande, factores externos corrompen tus datos. Si, por el contrario, decides hacer el experimento en el entorno seguro de un laboratorio, los datos sufren el problema opuesto, no reflejan la compleja realidad de una sociedad heterogénea e interconectada. La variable estudiada estará ahora demasiado aislada.
¿Cómo demostrar causalidad? Con un grupo de control perfectamente aleatorizado.
Los experimentos naturales, accidentes históricos, pueden dividir una población en dos mitades idénticas. El ejemplo clásico es la separación política de Corea, en el paralelo 38, con un mismo país funcionando con dos modelos opuestos. Pero este tipo de accidentes no ocurren con frecuencia y a los economistas, por suerte, todavía no se les permite diseñar a gran escala sus propios experimentos. Levitt quería estudiar la utilidad de una decisión tan fascinante como es la de casarse pero, sin un grupo de control, los resultados carecían de valor. Decidió entonces introducir una moneda.
La metodología era ingeniosa: los voluntarios primero describían su dilema, desde cuestiones vitales (trabajo, pareja e hijos) hasta temas menores (hacerse un tatuaje). El sistema simulaba entonces un lanzamiento, momento en el que se generaba la aleatoriedad. Si salía cruz, te quedabas allí donde estabas. Si salía cara, cambiabas.
Preferencias reveladas
Levitt comparó el bienestar de los dos grupos y las conclusiones eran claras: quienes habían cambiado, porque la moneda salió cara, declaraban mayo grado de satisfacción.
For important decisions (e.g. quitting a job or ending a relationship), those who make a change report being substantially happier two months and six months later.
Los resultados, sin embargo, presentaban múltiples problemáticas:
Sesgo de selección. Los lectores de Freakonomics no son representativos de la sociedad. Menos aún quienes echaron a cara o cruz la decisión de divorciarse.
Existe también un sesgo de selección dentro de la propia muestra. Quienes ejecutaron ese mandato divino son distintos a quienes decidieron no hacerlo.
La correlación inversa: los casados no son más felices, los felices se casan más.
El ruido en las respuestas. Quizá solo responden quienes salieron contentos. Quizá dicen que todo va bien para así no admitir el error… ¡con uno mismo!
Regresión a la media. Si te planteas un cambio es probable que no estés pasando por un buen momento. Hagas lo que hagas, tu vida mejorará en unos días.
La variable felicidad es compleja de definir. Imposible compararla a corto plazo. La encuesta deberíamos mandarla el día antes de morir, no a los 6 meses.
A pesar de la ausencia de datos concluyentes, yo también creo que somos excesivamente conservadores. Quienes cambian de itinerario incurren en un coste presente por una ganancia futura. Abandonar es de valientes, exige reconocer el fallo.
Una última idea es que el lanzamiento, aunque ignorado, despertaría la preferencia verdadera. El método consiste en comprometerse con una alternativa, de forma creíble, para experimentar nuevos sentimientos via negativa. La moneda sería un mecanismo.
Así lo argumentaba un estudio de tres psicólogos suizos:
When individuals are undecided between options, they may flip a coin or use other aids that produce random outcomes to support decision-making. Such aids lead to clear suggestions, but when looking at the outcome, individuals sometimes appear to like or dislike the suggestion, and then decide according to this feeling (and not according to the aid’s suggestion). Out of all possible options, the catalyst suggests a choice, which is not binding, but nevertheless can feel very real. As a result, individuals may imagine the decision options more vividly. Relying on decision aids may elicit feelings, which may better inform individuals about their own preferences, resulting in the feeling of immediately knowing what one wants.
¿Repetirás el lanzamiento si no te gusta el resultado?
Esa es la señal que estabas buscando.
Joan Tubau — Cardinal
La primera parte de este artículo salió publicada el lunes 5 de octubre.
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Imagen: Match Point