El hombre de los dados (1)
Nunca hay que cuestionar la sabiduría de los dados. Luke Rhinehart.
Luke Rhinehart es el hombre de los dados.
La historia de un psiquiatra neoyorkino que, cansado de su vida de clase media alta, con catas de vinos y vacaciones en paquete cerrado, delega sus decisiones al azar, lanzado los dados. El escritor George Cockcroft, padre de familia aburrido y respetado, creó en Rhinehart un alter ego desenfrenado, que existía en plenitud, persiguiendo instintos primarios. Desde su publicación, en 1971, la misteriosa novela ha despertado fascinación y repulsión. Sus fervientes admiradores, entregados a la voluntad de los dados, afirman no conocer el miedo, sin remordimientos por las decisiones pasadas.
Durante el primer mes usé los dados para elegir maneras de gastar mi tiempo. Aprendí a disfrutar del juego de probabilidades, permitiendo que escogieran con qué mujer pasar la noche. A mi esposa le daba una oportunidad entre seis, a una desconocida dos entre seis y a la vecina tres entre seis. Si jugaba con dos dados, las sutilezas eran mayores. Tuve cuidado de seguir los principios a rajatabla. Primero: nunca incluir una opción que no quisiera cumplir. Segundo: ejecutar el resultado sin pensármelo. El secreto del éxito consistió en ser una marioneta de los dados.
Las preferencias pueden ser contradictorias pero la elección será siempre binaria. Distintas opciones, todas ellas atractivas, suelen coincidir en un mismo momento. Como ya dijo Sartre, el problema no es tanto el cómo decidir, sino el cómo vivir con la decisión tomada. Rhinehart hace del azar su religión, en la que cargar todo el peso de la consciencia, basta con aceptar la nueva autoridad y abrazar un caprichoso destino. Si el hombre está condenado a ser libre, los dados romperán las cadenas.
¿Cómo vivir con tus decisiones?
Son tres las maneras de afrontar este problema: esconderlo, negarlo o aceptarlo.
La reacción mayoritaria consiste en comprometerse artificialmente, rehuyendo la condición de hombre libre, para vivir una vida en cautiverio. Huída hacia adelante que garantiza una futura crisis de los 40. Otros, en porcentaje creciente, denegarán toda responsabilidad, para luego enfadarse con el universo. Entes abstractos, nunca ellos, tendrán la culpa de sus problemas. Por último, está el grupo de los valientes, quienes se asomarán al abismo, construyéndose su propio destino. Experimentando, en ese arduo camino, la total incomprensión, así como la más dulce alegría. Rhinehart tiene para ellos un Dios redentor (¡los dados!) en el que construir su consciencia afirmativa.
Ello, Yo y Superyó
Según Sigmund Freud, tres áreas componen la psique humana:
El Ello es el inconsciente, las pulsiones, los deseos.
El Superyó es la norma moral, el padre represor.
El Yo es el mediador, la voz de la consciencia.
El Yo tiene que decidir si seguir el instinto ancestral del Ello, satisfactorio pero peligrosamente imprevisible, o refugiarse en los preceptos morales del Superyó.
En las normas encontramos seguridad. Quizá no llevaremos la vida que queremos pero, silenciando las pulsiones, uno se ahorra problemas. Ese conjunto de reglas, internalizadas en el entorno familiar, recibe el nombre de cultura. Los adultos nos escondemos en ellas, asustados por las consecuencias de desobedecerlas. Rhinehart, psiquiatra freudiano, intuye que esas órdenes comunitarias están frenando sus deseos genuinos. Decide entonces, con la supervisión de los dados, liberarse de la consciencia.
El conflicto interno
El caso de la monogamia.
Hace 10.000 años, nosotros, los humanos, vivíamos en tribus de tamaño medio y, como buenos mamíferos, el modelo allí era la poligamia, siendo la distribución del sexo poco equitativa. Momento en el que apareció el primer socialista, un primate débil, que conspiró contra el alfa para limitar el número de parejas sexuales. El objetivo era noble (maximizar la cooperación parental en la crianza) pero, a la práctica, acarreó desajustes inesperados, con directrices antinaturales—dice Beigbeder que el amor dura tres años, tiempo suficiente para asegurar la supervivencia del crío. Más tarde las religiones formalizarían la unión de por vida y algunos se trastocaron. El Ello pedía variedad pero el Superyó decía que te quedaras en casa. Los psicólogos estrenarían consulta.
Rheinhart concluye que fue un error integrar las personalidades múltiples en un único ego. El psiquiatra opina que deberíamos mantener todas las preferencias abiertas.
No somos especies monógamas. Tampoco poligámicas. Nuestra configuración genética, según estudios antropológicos, queda justo en medio. El porcentaje de infidelidades es alto pero, a la vez, hemos desarrollado instintos contrarios a compartir pareja. Toda directriz cultural, si se prolonga en el tiempo, termina incorporándose en el ADN. En un kibbutz dedicarías más atención a tu hijo biológico y si fueras un hippie, después de declarar el amor libre, experimentarías los celos. El debate no es el tópico nature versus nurture, sino la fascinante interacción entre ambos conceptos.
Llegados a este punto son dos las alternativas. Puedes respetar las viejas instituciones y buscar tu felicidad en el compromiso y la obediencia, conocedor que, por obsoletas que parezcan, las reglas sociales tienen una razón de ser. O puedes instaurar nuevas normas, creando tu propio sistema de valores. No eres el primero que piensa en cargárselo todo. Tu mayor reto será encontrar unos pilares en el que sostenerlo.
¿Cuál será tu decisión?
Rhinehart lanzaría los dados.
Joan Tubau — Cardinal
La segunda parte de este artículo saldrá publicada el sábado 10 de octubre.
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