West Baltimore
A man gotta have a code. Omar.
Aviso: este artículo está lleno de spoilers.
The wire es la nueva serie de Cardinal Club.
David Simon la escribió después de 12 años en el Baltimore Sun, cubriendo sucesos. The wire no es de derechas ni de izquierdas, pero no en el sentido tradicional de la frase (la del pijo de derechas), The wire es antisistema. Prueba de ello es que la recomiendan tanto Jiménez Losantos como Pablo Iglesias. The wire denuncia la hipocresía de la sociedad moderna. El sistema es corrupto y Simon lanza un mensaje confuso: te anima a luchar por el cambio en un mundo que no ofrece esperanza.
No existe el sueño americano en el distrito oeste. Siempre con las drogas de fondo, las cinco temporadas se dividen en temáticas: el departamento de policía, el puerto, el ayuntamiento, el instituto y la redacción del periódico. La cuarta es, sin lugar a dudas, la mejor, protagonizada por una pandilla de adolescentes con un destino divergente.
Namond, Michael, Randy y Dukie.
La suerte, no las decisiones, determina el futuro de los chicos.
Namond. Simpático bocazas. Hijo del legendario Wee-Bey, soldado de Barksdale. La madre quiere que siga los pasos del padre, ahora en prisión, pero él no está hecho para la calle. Es quien tiene más números de meterse en serios problemas pero en The wire, como en la vida, todo es un engaño. Colvin, un policía retirado, decide adoptarle.
Michael. Carácter noble. Cuida de su hermano y pelea en el gimnasio de Cutty. De mirada seria, nunca baja la guardia. El único que, en el inicio del curso, no acepta el dinero de Marlo. No quiere deudas con criminales. Pero un padrastro abusador regresa de forma inesperada y, abandonando por los servicios sociales, pide ayuda al mafioso.
Randy. Siempre alegre. Muestra espíritu emprendedor revendiendo en la escuela las golosinas que compra en Amazon. Lleva consigo la etiqueta de chivato porque tuvo la mala suerte de ser testigo de un asesinato. Queman su casa de acogida y regresa a los infiernos del orfanato. Traicionado por el sistema, Randy pierde su icónica sonrisa.
Dukie. El más listo de la clase. También el más desgraciado, maltratado por una madre adicta al crack. El profesor Roland Pryzbylewski (Prez para los amigos) cuida de él. Le prepara ropa limpia y le enseña matemáticas lanzando los dados. A pesar de los enormes esfuerzos, Dukie no consigue escapar de la pobreza, la droga y la violencia.
El mundo como voluntad y representación
¿Cómo he llegado hasta aquí?
Nunca he tenido la sensación de controlar mi destino.
Decido cuestiones menores, como la marca de los cereales o el color de los calcetines, pero no tengo ni voz ni voto en las grandes encrucijadas. No decidí mi personalidad. Tampoco decidí mis gustos. ¿Quiero casarme con esa chica? Dad por sentado que no fue idea mía. No estoy diciendo que no le quiera, solo digo que el marco de la elección está fuera de mi control. Yo no quise enamorarme, la vida me llevó hacia ese equilibrio. Sigo un itinerario dado en el que solo existen decisiones en negativo. La huida, romper con todo, es el único resquicio de libertad en esta determinista existencia.
Schopenhauer escribió que el drama tiene tres orígenes: la malicia natural, un destino caprichoso o los designios de la voluntad. La tercera vía sería, lógicamente, su favorita.
El elemento indispensable de la tragedia es la representación de una desgracia. Los diversos caminos que el poeta puede seguir para ello se reducen a tres tipos. Puede ocurrir por la extraordinaria maldad, en los límites de lo posible, de un personaje que será artífice de la desgracia; Ricardo III o Yago en Otelo. Puede ocurrir también por el destino ciego, esto es, por el azar o por el error; el Edipo rey de Sófocles. Finalmente, la desgracia puede ocurrir por la mera función de los personajes los unos respecto los otros, por las circunstancias, de modo que no se requiere un error horroroso, ni un destino extraordinario, tampoco una personalidad que supere los límites de la maldad humana, sino caracteres familiares desde el punto de vista moral, en circunstancias ordinarias, pero cuya situación les fuerza a causarse las mayores desgracias sin que de ello pueda culparse exclusivamente a ninguna de las partes. Este último método parece preferible a los otros dos, pues no muestra la mayor de las desgracias como una excepción, ni como algo provocado por circunstancias excepcionales o por personajes monstruosos, sino como algo que se desprende fácilmente, por sí mismo, de forma casi necesaria, del hacer y del carácter humano. Y por ello resulta espantosamente próximo.
Schopenhauer no encontró un ejemplo narrativo del tercer caso porque David Simon todavía no había escrito The wire. En la inexplicable tragedia de la voluntad, Namond irá a la universidad, Michael peleará por territorio, Randy regresará al orfanato y Dukie, en la larga y oscura noche, será víctima de la heroína. Títeres de la eterna voluntad, The wire es la vida que visualizó Schopenhauer. Absurda, cruda y bonita.
Joan Tubau — Cardinal
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