Montando el pollo (2)
Quo vado? es una estúpida y divertida película sobre la alocada vida en Noruega de un funcionario italiano. Checco Zalone acepta una oferta en el círculo polar para así conservar su posición de empleado público. Tendrá que adaptarse a las extrañas costumbres nórdicas: respetar la cola del supermercado, no cruzar la calle en rojo o pagar impuestos con una sonrisa. Checco, educado en los valores católicos de Puglia, lucha por integrarse en una cultura protestante y comunitaria. La tentativa fracasa (¡spoiler!) porque su comportamiento está programado. En el preciso momento en el que se sube a un coche siente el instinto de tocar el claxon. Aunque intente reprimirlo, repitiendo la palabra civismo como mantra, Checco sigue siendo mediterráneo.
Yo estoy moderadamente satisfecho con las normas sociales de mis conciudadanos.
Unas normas por defecto negociables.
Repito cada año el mismo experimento en la Pompeu Fabra. Fijo una regla el primer día de clase (prohibido entrar si la sesión ha comenzado) y notifico por correo a los estudiantes, explicando la teoría de las externalidades negativas. Bien, por mucho que insista, alguien abrirá la puerta durante la segunda clase. “Solo llego 5 minutos tarde”. Ese solo recibe énfasis, si las reglas son flexibles el factor tiempo es relevante. ¿Y por qué no intentarlo—cuando otros profesores hicieron una excepción a sus propias palabras? Decido obviamente dejarle fuera, reforzando mi autoridad delante del grupo.
Nadie está sugiriendo homogeneizar normas sociales.
Algunas normas, sin embargo, podrían replantearse.
Una sociedad que cree en el esfuerzo obtendrá a largo plazo mejores resultados. China presenta una tasa de ahorro superior a la de República Dominicana. No por ingresos (tienen un PIB per cápita idéntico) sino por cultura. En España, la opinión popular te dirá que no se ahorra porque los salarios son bajos. Más bajos son en Shenzhen, pero allí no están suscritos a tres plataformas de streaming. Hay quien cuestiona, incluso, la decisión de no hipotecarse. Ahora que llegan turbulencias podemos verlo claro: la deuda, aunque regalada, te complica la vida. Sorprende, en este contexto, que la Unión Europea siga funcionando. Veo puntos de encuentro con un marroquí, no tantos con un sueco. Son muchos siglos de guerras y comercio, compartimos entorno y genética.
Una teoría válida en una futura negociación, según esta matriz de Harvard Business Review (Meyer, 2015). Con información imperfecta, los estereotipos son útiles. Los japoneses están entrenados para esconder las emociones, tendrás que buscar el mínimo gesto en sus caras. Si viajas a Israel no te asustes cuando empiecen a gritarte.
Las normas sociales en una pandemia
Negociar las reglas no es óptimo en un escenario de crisis. Los manuales recomiendan delegar a una autoridad central, que tome decisiones rápidas. Japón, con una estructura social obediente y paranoica, está respondiendo con diligencia. No todo está perdido en un país indisciplinado, un equilibrio ineficiente puede modificarse mediante sanciones económicas o supervisión ciudadana. La segunda opción exige responsabilidad individual y la sociedad española (no el gobierno) ha respondido de forma admirable. Debemos ahora vigilar de no caer en el extremo opuesto, un problema mucho mayor, el exceso de confianza en las órdenes gubernamentales. Principio de precaución, con líderes incompetentes solo sobrevive el paranoico.
Las normas sociales no son buenas ni malas.
Excepto en una pandemia. En una pandemia algunas normas pueden matarte.
Joan Tubau — Cardinal
La primera parte de este artículo salió publicada el domingo 5 de abril.
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Imagen: Quo vado?