Los niños perfectos
La vida tiene que pillarte leído. Joan Margarit.
Italo Calvino cita un texto de Emil Cioran, en el ensayo Por qué leer los clásicos.
Mientras le preparaban la cicuta, Sócrates aprendía una aria para flauta.
«¿De qué servirá?», le preguntaron.
«Así la sabré antes de morir».
El conocimiento es un fin en sí mismo.
No busques la implementación práctica.
Conocimiento improductivo
Sócrates no validaría el enfoque moderno de la pedagogía, de unos padres que programan el éxito de sus hijos. Prohibiendo la exploración maximizan las extraescolares, generando expectativas tóxicas. El pobre crío, con la agenda de un adulto, llega cansado a casa. «Señora, si Luisito fuera tan listo no llevaría zapatos de velcro». Toda actividad tiene un fin profesional: hablar chino para trabajar en Pekín, no aprender alemán para leer a Rilke. De poco sirve que domine cinco idiomas si luego no sabe relacionarse. ¿Quieres que incorpore habilidades sociales? Apúntale a un equipo de fútbol, entenderá las dinámicas peleando. Tu educación reglada no le prepara para este mundo incierto, en el que desconoce qué puesto ocupará mañana.
Que una acción carezca de utilidad no significa que no pueda aprovecharla.
Antiguamente los niños vivían todo tipo de aventuras en la calle, desarrollándose en un entorno no supervisado. Así lo narra Chaves Nogales en la biografía de Belmonte.
Estas calles privilegiadas son el ambiente propicio para la formación de la personalidad, el clima adecuado para la producción del hombre, tal como el hombre debe ser. La calle es una buena síntesis del mundo. Lo que intuitivamente aprende el niño que se ha criado en su ámbito tumultuoso tardarán mucho tiempo en aprenderlo los niños que esperan a ser mayores en la desolación de los arrabales recientes o en el fondo de los viejos parques solitarios. Los niños que nacen en estas calles se equivocan poco, adquieren pronto un concepto bastante exacto del mundo, valoran bien las cosas, son cautos y audaces. No fracasarán.
La esencia de Becker
Apunta la fórmula: curiosidad genuina y libertad de movimientos.
Yo aprendí economía leyendo por instinto. En la universidad encontré las referencias. No sacaba buenas notas pero conocía todos los libros de la biblioteca. Solo quería entender las turbulencias financieras. Tuve suerte con el timing: entré con la quiebra de Lehman y me gradué con la crisis de la deuda. Marcaba en el calendario las intervenciones de Sala i Martín y leía con pasión el blog de Mankiw. Mi hobby no era el FIFA, prefería discutir las medidas del Banco Central Europeo. Paradójicamente, las mejores medias de mi promoción no seguían la fascinante actualidad. «Tengo que estudiar para micro». Aprobaron el examen pero nunca pensaron como un economista.
Estructura en los libros un desordenado proceso formativo. Tu meticuloso plan de carrera quedará desfasado una vez salgas por la puerta. El estudio de los clásicos, sin una utilidad práctica, es un bonito ejemplo del conocimiento improductivo. Recuerdo un manual de Becker que no aparecía en el plan docente. ¿Por qué invertí en él 10 horas de mi vida? Me apetecía leerlo. Años más tarde lo explicaría en la UPF. La excesiva racionalidad, priorizando la ganancia directa, bloquea una serendipia de segundo grado. La curiosidad (leer por placer) es la estrategia sostenible en el tiempo. Aunque calcules ROI negativo, los libros raros destapan oportunidades desconocidas.
Los niños perfectos, incapaces de desacatar una orden, compiten allí donde les dijeron que compitieran. La obediencia les lleva a mercados en competencia perfecta, en el que todos visten igual y en el que todos piensan las mismas ideas. Con una diferenciación en el margen, invirtiendo enormes esfuerzos para subir medio punto la media del expediente, obtienen su irrisoria ventaja en la búsqueda de empleo. Inmersos en la carrera de la rata, nunca cuestionando la jerarquía, optimizan la métrica incorrecta. Primero las notas y luego el dinero. No el desarrollo personal, tampoco la diversión, ni por supuesto el tiempo. Muévete por sensaciones, no sigas la obsoleta estrategia del niño perfecto. Incluso lo llevaría más lejos: ignora las métricas.
Skin in the game
Finalizados los estudios decidí probar suerte en el periodismo. A toro pasado, y a pesar del salario, no fue mala decisión. Allí cometí los errores que necesitaba. En una entrevista con Highway Magazine critiqué la actitud de mis colegas de generación. No tenía la base, ni mucho menos la autoridad, para emitir esa opinión pero, por suerte, con 24 años no me lo pensé tanto. Habiendo dicho que vivía en casa de mis padres, el tono aleccionador sobraba. Sufrí mi primer linchamiento en Twitter y puedo reconocer que pagué un precio emocional. No es fácil gestionar una horda de trolls que expone tus contradicciones. Aprendí una lección: muestra empatía y ganarás aliados.
Afirma Kahneman que puede recibir mil elogios pero que, al final del día, él seguirá quedándose con la crítica solitaria—el comentario de un señor de Tomelloso que guarda en el sótano las cenizas del gato. La baja tolerancia a las pérdidas tiene origen evolutivo, no existía margen de error compitiendo contra neardentales. En la actualidad, sin peligro de muerte, quieres mayor exposición, pero el nuevo puritanismo compromete el óptimo, en unas redes sociales en las que todo queda registrado. Uno debe escribir muchas tonterías antes de producir contenido relevante y tú no serás presidente por un Stories que publicaste en bachillerato. Incentivos perversos que desincentivan la experimentación, requisito indispensable para el progreso. El creador es perseguido, no alabado. Negras perspectivas para un país que no tolera el riesgo.
No me arrepiento, por supuesto, de las gilipolleces que dije ni de las que diré. Cometer mis propios errores me daría una ventaja. Quizá no debía hablar de carrera siendo tan joven pero sentí que, aunque limitado por las formas, compartía un mensaje. Quizá tampoco debería estar escribiendo esto. Podría quedarme callado hasta cumplir los 90 pero la libertad tiene un precio y el conflicto es necesario en el proceso de aprendizaje. Los golpes forjan el carácter, hacen que no le temas a nada ni a nadie. Mi único consejo al joven que empieza es que trabaje con skin in the game, que firme sus artículos, que se haga responsable de sus decisiones. De los aciertos y de los fracasos.
Exposición temprana jugándote la cara.
Joan Tubau — Cardinal