El miedo nos salvará
Extinction is the rule. Survival is the exception. Carl Sagan.
Historia de dos sapiens en el paleolítico. Feliciano es optimista y despreocupado. Palomino es pesimista y asustadizo. Feliciano y Palomino compiten en un entorno peligroso. Feliciano y Palomino toman decisiones en incertidumbre. Feliciano utiliza un enfoque racional, analiza toda la información disponible. Palomino mueve emocionalmente, prioriza el instinto. Feliciano, ante un ruido sospechoso, activa el frío protocolo analítico. ¿Se esconde un depredador detrás del arbusto? No gasta energías si estima un porcentaje bajo. Palomino, en cambio, arranca a correr si las sensaciones no son buenas, antes de realizar el contacto visual. El causante del ruido, sin embargo, suele ser un lindo pajarito. Feliciano, en perfecto control de sus emociones, cuestiona las reacciones impulsivas y desmedidas. Feliciano se reía de Palomino. Hasta que un día dejó de reírse. A Feliciano se le comió un tigre. Hoy tenemos el ADN de Palomino.
La evolución no ofrece margen de error. No quieres riesgos letales en un juego con infinitas repeticiones. Acertar 99 veces sirve de poco—si la decisión 100 te mata. No quieres minimizar ese riesgo, quieres eliminarlo. Toda probabilidad mayor que 0 te aniquila en el largo plazo, con un número suficiente de interacciones. Afortunadamente, la paranoia forma parte del código humano. Hemos desarrollado, a través de la selección natural, el mecanismo del pánico. Estamos hoy aquí porque, durante millones de años, sobrerreaccionamos ante peligros imaginarios. El entorno ha cambiado pero no por ello hablaremos de maladaptación genética, sería un error bajar la guardia. Los animales, en alerta constante, son conscientes que viven en un hábitat hostil. Lo tienen presente en cada movimiento. Haríamos bien en recordarlo.
El pánico como estrategia eficiente
Los psicólogos escriben acerca de las consecuencias negativas del miedo. No podrían estar más equivocados. El drama de este país ha sido, por el contrario, la nula sensación de vulnerabilidad. En otras palabras, la locura de salir a la calle el pasado 8 de marzo. Si no somos responsables como los coreanos necesitamos la disciplina del pánico. Sobrevive el paranoico, quien toma precauciones por encima del óptimo recomendado, para asegurarse que seguirá vivo mañana. Yo quiero vivir en un país que cierra fronteras y decreta el toque de queda, un país que invierte más recursos de los necesarios. El pesimismo te permite contarlo, situándote en el peor de los escenarios.
¿Cuál es tu nivel de alerta individual?
No quieres un 10—te bloquearía.
Aunque peor es el 0—creerse inmortal.
En condiciones normales opera en un 5.
En momentos críticos el 9 es eficiente.
La ausencia de miedo, hace apenas una semana, fue nefasta. Estamos viendo un crecimiento exponencial de casos. Yo defiendo un estrés selectivo, para situaciones desesperadas. Si no interpretas la gráfica logarítmica espero que entiendas esta imagen dramática. No hay, obviamente, un término medio en la gestión del pánico. Cuando no estamos saqueando el Mercadona salimos a ver las Fallas. Aunque un exceso puede desatar el caos, los conflictos son, a día de hoy, anecdóticos. La escasez de papel higiénico genera un coste social bajo. Hubiera sido preferible alertar, no tranquilizar. Priorizar las peleas de supermercado a los miles de muertos en hospitales.
Con más de 8.000 casos, y gente todavía de cañas, era necesaria la reacción emocional. El miedo, por suerte, se propaga rápido. En las calles y en los despachos. Quienes hablaban de gripe ahora hablan de muertos. Y tú, que estabas ayer bromeando, entiendes de golpe la realidad del asunto. Todo cambia en cuestión de segundos:
Sientes un escalofrío.
Una señal del cuerpo.
Que quiere seguir respirando.
Experimentas entonces una sensación de fragilidad.
Y replanteas tus egoístas prioridades.
El miedo hará que te quedes en casa.
Por duro que suene: para no matar a tus padres.
Hoy domingo, después de días de inacción, llega por fin el miedo en la política. Un miedo descontrolado. Un miedo real. Puedes verlo en sus caras. Empiezan a entenderlo. El crecimiento exponencial, esa idea aterradora. Solo el miedo salvará a los descreídos. Solo el miedo nos salvará de la incompetencia.
Nadie sabe qué pasará en las próximas semanas.
Ante la duda, sigue la estrategia del pánico.
Joan Tubau — Cardinal
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Imagen: Athit Perawongmetha, Reuters