El chófer de Max Planck
Max Planck ganó el Nobel de Física en 1918 por sus descubrimientos en el campo de la mecánica cuántica. Con el premio llegó la popularidad y las invitaciones para dar a conocer la teoría. Max, un hombre pragmático, repetía siempre el mismo discurso y su chófer, siempre atento, terminó memorizándolo. Un día, para romper con la monotonía, el chófer le preguntó: “Señor Planck, ¿le importaría que hoy diera yo su conferencia?” El físico aceptó y, sin decírselo a nadie, se sentó en primera fila, mientras el intrépido conductor repetía, palabra por palabra, el discurso memorizado. Concluida la presentación, un oyente realizó la clásica y pretenciosa pregunta de larga duración, artimaña que utilizan los académicos para robarse protagonismo. El conferenciante respondió: “Me sorprende que, en una ciudad tan avanzada como Munich, se me pregunte por algo tan elemental. Dejaré que responda mi chófer.”
La anécdota, contada por Charlie Munger, probablemente es falsa.
Pero permite remarcar la diferencia entre los dos tipos de conocimiento.
El conocimiento genuino y el conocimiento superficial
Por un lado tenemos el conocimiento genuino, el de Max Planck, el conocimiento de toda una vida. Quienes de verdad entienden aquello que están diciendo. Opiniones con profundidad, forjadas en el fuego, después de años y años de especialización en un campo concreto. En el otro extremo tenemos el conocimiento superficial, el del chófer, el conocimiento postizo. Quienes, después de haberse leído un bestseller de aeropuerto, se atreven a dar lecciones sobre el tema. La fórmula es simple: memorizan una idea, se aprenden cuatro palabras y las repiten con la convicción suficiente.
Hay, incluso, quien hace del conocimiento superficial su profesión. Los tertulianos, expertos de todo, son el caso paradigmático. Desde Celia Villalobos hasta Gonzalo Bernardos. También los políticos, profesionales del engaño. Pablo Casado explicando el blockchain (con pasmosa seguridad), José Bono dando lecciones sobre smart cities, big data y modelos pedagógicos (aprendiz de mucho, maestro de nada) o Josep Piqué diciendo que el Pacífico es el nuevo centro geopolítico (lo ha leído en The Economist).
¿Cómo diferenciar al charlatán del experto?
1. Sospecha de quien tenga siempre una opinión. Gente que te soluciona el paro y el cambio climático en una misma frase. Especialización y discreción, no polivalencia.
2. Activa la alerta cuando identifiques un exceso de marketing. Si utiliza palabras complejas, si habla con grandilocuencia, es probable que esté escondiendo algo.
3. Busca señales. Es conocimiento superficial si pronuncia uno de los siguientes conceptos: Uber de X, marco incomparable, internet de las cosas o transnacionalismo.
4. Destapa su posición con preguntas fuera de guión. Los profesionales del postureo camuflarán, a base de clichés, la nula comprensión del asunto. Tú sigue insistiendo.
Como punto de partida, desconfía de todo. El mundo está lleno de charlatanes que han estudiado el discurso para generar en ti el mayor impacto. Hablarán de posverdad, no de mentiras. Técnicamente es el mismo concepto pero, en las palabras extrañas, esconden su ignorancia. Llegan a convencerse que son verdaderos expertos en la cuestión que están exponiendo. Humanos programados para el autoengaño, ganan convicción cuando se lo creen ellos primero. En una reunión, un político justificaba el control de precios en los alquileres porque “creía, a partes iguales, en el libre mercado y el multilateralismo.” No entendí, en ese momento, qué quería decirme con esa combinación de palabras, pero ahora veo (¡y este es el truco!) que él tampoco lo sabía.
La segunda lección, una vez eliminado el ruido externo, es a nivel individual, en los principios que uno debe seguir para tener éxito. El consejo pasa, obviamente, por desarrollar conocimiento genuino. Nunca opinar desde el conocimiento superficial. Y aquí no hay atajos, tendrás que invertir las horas, tendrás que pagar el precio.
Comparto mi hoja de ruta: lee clásicos, contrasta teorías, cuestiona hipótesis, comparte ideas—arriésgate, publica, recibe críticas, corrige errores y repite el proceso.
Hay una gran diferencia entre saber el nombre de una cosa y saber una cosa.
¿Qué conocimiento genuino quieres incorporar?
¿Cuál es el proyecto en el que trabajarás 10.000 horas?
¿Qué materia despierta tu curiosidad?
¿De qué quieres hablar sin tener que preparártelo?
La frase es de Steve Jobs: “People who know what they’re talking about don’t need PowerPoint.” Es fácil explicarlo. El reto es entenderlo. Los malos estudiantes memorizan exámenes. Los buenos estudiantes buscan los principios detrás de la teoría. Podríamos decir lo mismo de los profesores. Este es mi primer curso, después de 8 años en la universidad, en el que imparto la clase sin soporte en pantalla. Ahora, que empiezo a interiorizar las teorías económicas, percibo mi ignorancia a los 18 años.
Cuando podía explicarlo todo. Pero no comprendía nada.
Joan Tubau — Cardinal
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Imagen: Ullstein Bild, Granger Collection